Primer capítulo: UAI


Un amor inesperado.
Capítulo 1

          Un sonido rítmico y constante la despertó. Antes de abrir los ojos, Emma ya era consciente de que había algo diferente; no sentía el peso de su gata en sus pies y además estaba ese sonsonete…
Si estaba despierta (y lo estaba, de eso no tenía dudas), había alguien más en la cama, porque los ruidos que oía eran ronquidos, y bastante estridentes, por cierto.
         Estrujó su mente intentando situarse: la noche anterior había salido de copas con su amiga Megan, después de que se presentara en su casa y le diera la charla de todos los fines de semana («Tienes que salir más y trabajar menos», «Todos los hombres no son iguales» y un largo etcétera que recordaba, no ya por la magnitud de las palabras, sino por la insistencia con que su amiga las divulgaba cada vez que tenía ocasión).
Poco a poco fue consciente de su cuerpo; notó la cabeza embotada. Al parecer se había pasado con el Sex on the beach; los brazos y las piernas le pesaban tanto como después de una de sus sesiones bestiales de body pump.
           Y lo más importante de todo: eso que le rozaba la cadera era, sin lugar a dudas, una mano y, la última vez que miró, ella sólo tenía dos.
Decidió ser valiente y abrir de una vez por todas los ojos, que había mantenido cerrados desde que se despertó, por miedo a ver quién era el de los rítmicos ronquidos con cierto aire pop.
            Primero abrió un ojo; por la ventana entraba un poco de luz, el estor no era lo suficientemente opaco para evitarlo.
Respiró profundamente y abrió el otro ojo. Desde su posición sólo veía una pequeña parte del dormitorio, más concretamente el lado izquierdo. Lo primero que le llamó la atención fueron las estanterías; más que un dormitorio parecía un despacho con enormes estantes que iban de lado a lado de la pared y que estaban repletos de libros. Aunque la luz y la distancia no le permitían leer los títulos, los lomos se veían a la perfección, pulcramente colocados uno al lado de otro en perfecto orden. Si hubiera habido más luz, habría jurado que estaban colocados en riguroso orden alfabético.
«Por lo menos es ordenado», pensó Emma, mientras intentaba concentrarse en lo más difícil, girar la cabeza para ver quién era el de la mano en su cadera.
«Tranquila, es la primera vez que haces esto —intentó serenarse—. Así que, si has metido la pata hasta el fondo, no cuenta, porque la primera vez nunca cuenta: no te meten en la cárcel la primera vez que te pillan a doscientos kilómetros por hora por la
autopista, ni te sale bien la postura del arado cuando practicas yoga, ni disfrutas del sexo ni tampoco del primer cigarro ni del primer sorbo de vino… Así que, la primera vez que te acuestas con un tío al que acabas de conocer, no cuenta que éste sea feo, obeso o maleducado, lo único relevante es que no sea un psicópata con intenciones de convertirte en su próxima víctima; porque la primera vez todos metemos la pata y, está claro, Emma, que tú no eres una excepción a esa regla.» Dicha perorata la reafirmó más en su creencia de que la primera vez era mejor olvidarla.

Respiró hondo y giró la cabeza lentamente, intentando mantener la respiración regular de los que duermen; estaba tan concentrada en sus reflexiones que no se dio cuenta de que los ronquidos habían dejado de sonar y, de repente, se encontró con dos profundos ojos azules que la miraban divertidos sobre una nariz un poco torcida, que daba personalidad a un atractivo rostro de hombre que la observaba sonriente, como si hubiese adivinado sus pensamientos. Sin poder evitarlo, Emma se sonrojó y su largo pelo rojo hizo más evidente su vergüenza.
«Tendrá unos treinta y pocos», pensó ella incapaz de decir nada. Llevaba el cabello castaño revuelto por el sueño y eso le daba un aspecto pícaro y muy sensual, que despertó de golpe su cuerpo, hasta ese momento adormilado.
¡Dios! Su primera vez no había estado tan mal, nada mal… Estuvo tentada de ponerse a bailar allí mismo, pero recordó que estaba desnuda y que probablemente no diría nada bueno sobre su lucidez mental, así que mantuvo la compostura mientras esbozaba una tímida sonrisa.
—Hola, buenos días —dijo don ojazos azules con un suave acento escocés.
—Hola —respondió ella—. Perdona, pero no recuerdo tu nombre. —«¡Mierda! Eso ha quedado fatal.»
Sorprendentemente, él se echó a reír, con una risa sincera que a ella le arrancó otra en respuesta. Le tendió la mano.
—James, me llamo James, y estoy seguro de que tú eres Emma —bromeó, quitándole de un plumazo los temores.
Emma miró su enorme mano y recordó un poco mejor la noche anterior. La estrechó mientras le decía coqueta:
—Vaya, parece que tu memoria es mejor que la mía.
Luego recordó su aspecto de recién levantada y cambió la sonrisa sensual por una calculadora, cuando comprendió que encontrar el cuarto de baño debía ser su prioridad. Intentó levantarse y arrancar la sábana de su sitio al mismo tiempo, algo ridículo teniendo en cuenta que la noche pasada el hombre que en ese instante la miraba divertido había hecho con su cuerpo mucho más que limitarse a admirar su desnudez, pero, bueno, por la mañana las cosas se veían desde otra perspectiva.

¡Dios, qué bueno estaba! A Emma aún le costaba creer que su primera vez hubiese sido un éxito; lamentablemente eso echaba por el suelo tu teoría. Se consoló pensando que toda regla tenía su excepción. Y que, sin buscarla, la había encontrado.
James se levantó como si nada y Emma, aturdida, pensó que tenía el culo más fantástico que había visto nunca. No es que fuera una experta en el tema, pero, en cualquier caso, su trasero era portentoso y conseguía que se le hiciera la boca agua.
—Te invito a desayunar —le propuso él, sonriendo. Y su sonrisa por poco consiguió que se olvidara del abecedario.
—Gracias, pero tengo que irme. Te... te… tengo cosas que hacer. —«Perfecto, se me olvida su nombre y encima balbuceo como un bebé. Vas bien, Emma, seguro que te pide el teléfono», se regañó irónica.
—¿Un domingo? —preguntó alzando una ceja incrédulo.
—Sí, comida familiar y esas cosas aburridas que conlleva, ya sabes…
«Si vuelve a sonreírme así, acepto», pensó.
—Por supuesto —contestó pensativo—; de hecho, creo que yo también tengo algo parecido a una comida familiar —comentó pensativo al tiempo que se ponía los pantalones—. Te dejo para que te vistas, yo te espero en la cocina. Supongo que me aceptarás un café, ¿o prefieres un té?
—Un café estará genial. —Sonrió sinceramente.
«Dios, este chico me gusta, me gusta mucho. Y a saber lo que va a pensar de mí; seguramente que soy una fresca, y eso que es la primera vez que me voy con un tío al que acabo de conocer; yo soy de cuartas citas... o décimas —se censuró mentalmente—. Aunque, para ser sincera, si hubiera sabido que iba a salir tan bien, me habría puesto a ello antes.» Cuadrándose de hombros, decidió que no tenía solución deprimirse por lo que ya estaba hecho; «a buen fin no hay mal principio», se animó parafraseando a Shakespeare. No obstante, lo que más la deprimía realmente era no recordar bien ciertos detalles de la noche anterior, que a juzgar por la sonrisa y el cuerpo de James debían de haber sido memorables. Con un poco de suerte el café le devolvería la lucidez y la memoria.
—Perfecto. —Él sonrió—. Al bajar la escalera, segunda puerta a la izquierda — le explicó mientras salía del dormitorio, únicamente con aquellos vaqueros que le quedaban como un guante, con el pecho musculado y bronceado a la vista y una sonrisa sexi que le aceleraba el pulso.
Todavía no había llegado abajo cuando Emma comenzó a vestirse rápidamente por si volvía a por una camisa. No obstante, en el momento en que iba a entrar al cuarto de baño para intentar hacer algo con el mal aliento matutino y el pelo de leona en celo, se quedó parada frente a una fotografía que había en una de las estanterías del dormitorio. A pesar de que habría sido lo habitual, no fueron los libros los que atraparon su atención: su mirada estaba fija en una fotografía que dominaba el balde superior, en un elegante marco de plata.
James estaba inmortalizado abrazando a una chica rubia de su edad, una chica rubia de pelo corto con cara de duende, una chica rubia a la que conocía muy bien…
—¡Dios! ¿Dónde me he metido? —susurró para sí.
Primero pensó lo peor, pero entonces se fijó en el parecido: los dos tenían los mismos ojos azules, igual que su hermano Matt y ella compartían el mismo extraño color de ojos entre violeta y azul oscuro. Por otro lado estaba su nombre, James, su acento escocés… Tuvo que sentarse en el suelo porque había empezado a marearse.
Rezó para no ponerse a hiperventilar.
—Soy una mujer adulta, soy una mujer adulta, soy una mujer adulta… —se repetía, como un mantra, siguiendo su propia terapia de autoafirmación.
—¿Estás bien? —preguntó una voz a su espalda; James había aparecido por la puerta del dormitorio con una taza de café en las manos desde la que el pato Lucas la observaba burlón.
Había estado tan concentrada en calmarse que no había oído cómo él se acercaba por el pasillo.
Estaba tan alterada que ni siquiera se detuvo a pensar en lo que James podía pensar al verla sentada en el suelo y envuelta en su sábana. De hecho, no le preocupó ser grosera cuando obvió la pregunta de James sobre su estado y, a cambio, le lanzó otra a él, en un tono de voz inquisitivo.
—¿Quién es la chica?
Se arrepintió de haber sido tan directa en cuanto las palabras salieron de sus labios. Seguro que James creería que era una loca posesiva, que estaba celosa, y ya no le pediría su número ni mucho menos la llamaría… Pero no, se regañó, eso era lo que quería, que no la llamara... o sí… Repitió el mantra: «Soy una mujer adulta, tomo mis propias decisiones, soy una mujer adulta, soy una mujer adulta, tomo mis propias decisiones…».
James miró extrañado en la dirección que le indicaba su pequeña mano, como si no recordara qué fotografía había puesto ahí, y luego sonrió acaparando de nuevo la atención de Emma hacia su boca.
—Es Lisa, mi hermana —contestó sin más. Parecía encantado de que ella se hubiese mostrado tan enérgica en su interés.
—¡Oh, Dios mío! Tengo que irme ya —susurró Emma mientras buscaba su ropa y el bolso con la mirada.
—¿Por qué?, ¿qué sucede? —preguntó más asombrado porque quisiera marcharse que porque aún siguiera sentada en el suelo—. Tómate el café, está caliente. —Se lo ofreció.
—¡No puedo! Lo siento, es más tarde de lo que pensaba y tengo que marcharme o no llegaré a tiempo —mintió ella sin mirarlo, desbancando al mismísimo Pinocho del ranquin mundial de liantes.
Don ojazos azules parecía entre confuso y desolado, pero evitó mirarlo porque algo parecido al pánico la estaba invadiendo. «Soy una mujer adulta, una mujer adulta… ¡Maldita sea!, he dicho que soy una mujer adulta.»
—Me gustaría volver a verte —dijo simplemente.
—Por supuesto, estoy segura de que nos volveremos a ver —le respondió evasiva mientras se vestía, olvidándose de ocultar su desnudez, y abandonó a toda prisa su dormitorio y su casa, sin volver la vista. Estaba ansiosa por alejarse todo lo posible de semejante embrollo en que se había visto envuelta.
James se quedó allí plantado con la taza del pato Lucas en la mano, tan aturdido que no pensó en acompañarla a la puerta o en pedirle su número de teléfono. «Me gusta esta mujer; es un poco rara, aunque, que lo sea, forma parte de su encanto.»
El buen humor se le pasó cinco minutos después, tras comprender que no tenía ni la más remota idea de cómo volver a ponerse en contacto con ella.
Pero entonces apareció su vena práctica y pensó que con un poco de suerte era asidua al pub donde se habían conocido, lo que se traducía en que tendría que volver el próximo viernes para averiguarlo y, si no estaba, regresar el sábado, y quizá también el domingo, ya puestos. La victoria siempre sonreía a los que no se rendían, y él estaba lejos de hacerlo.
Mientras James conjeturaba sobre cómo encontrar a la extravagante pelirroja, Emma iba regañándose mentalmente. ¡Qué estúpida había sido! Por ley, las primeras veces eran un desastre y la suya había sido de dimensiones extraordinarias. La excepción que confirma la regla... ¡Y un cuerno! Había sido demasiado optimista, lo que, unido al hecho de que estaba en un lío y que James realmente le gustaba, la tenía de un humor de perros.
Caminaba a toda prisa para alejarse de la casa de don ojazos antes de poder pararse y pedir un taxi; sin cafeína en la sangre no discurría al ciento por ciento de su capacidad. Rebuscó en su bolso el iPhone, para hablar con Megan y desahogarse. Si hubiera querido obtener un consejo realista habría recurrido a Matt, ya que su mejor amiga tendía a exagerarlo todo.
—¿Tan pronto despierta o es que el morenito de ojazos azules no te ha dejado dormir? —bromeó Megan con voz jovial.
—Mierda, parece que la única que se pasó ayer con el Sex on the beach fui yo. Tú pareces muy lúcida y tienes la memoria intacta —le dijo medio en broma, medio en serio.
—Claro, cielo, y por eso aprovechaste hasta la última gota —comentó aquélla con una sonrisa en la voz.
—Déjalo, Meg, sabes que eres pésima para las pullas. Además, hay algo muy importante que debo contarte. —Respiró hondo—. Veo que te acuerdas del chico con el que me fui anoche del pub o, para ser más exactos, del chico con el que me dejaste ayer en el pub.
Megan obvió la indirecta.
—Por Dios, Em, como para olvidarlo, claro que me acuerdo. ¿Qué pasa? Era un pervertido —decretó Megan—. Si ya sabía yo que no podía ser tan perfecto; ya sabes que el príncipe azul destiñe, pero por lo menos espera a la primera lavada, porque el tarot nunca miente y…
—Para, por favor —la regañó, intentando que la dejara hablar—. No, no es un pervertido; de hecho, es casi perfecto, casi…
—Vale, ¿qué le falta para serlo? Sorpréndeme, doña tiquismiquis —la retó su
Amiga—. Lis —contestó simplemente.
—¿Te refieres a la flor? ¿Tiene una flor de lis tatuada en el culo? ¡Por Dios, Emma! ¿Es gay?
—No hay flores que valgan y su trasero es perfecto. Me refiero a Lis. ¡Lisa!
—¡Ah, vale! ¿Y qué narices tiene que ver tu cuñada en esto? —Emma supo que
Megan se estaba mordiendo las uñas de impaciencia.
—¿Te acuerdas de que Matt y ella llevan meses dándome la lata para que tenga una cita a ciegas con el hermano de Lis? Ya sabes, el tal James.
—Oh, Dios mío —cortó Megan, atragantándose con las palabras—. No me digas que…
—De acuerdo, pues no te lo digo.

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2 comentarios:

  1. Fina. hola mil gracias por su trabajo, dedicación, por compartir, esa super bueno, mil gracias, besos.
    hola que todos pasen una feliz semana,besos

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  2. Fina. hola que pasen un lindo dia, besos

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